La infancia es determinante para nuestras vidas, y muchas veces, un hecho ocurrido en esa etapa formativa puede marcar el devenir de una vida adulta. Para bien… o para mal. Y casi siempre sin que nos demos cuenta.
El caso de Hélène Fichot es muy significativo en este aspecto. Una mujer adulta, viviendo de una forma irreal mientras su yo auténtico permanecía escondido, casi desaparecido, resultado de un acontecimiento traumático de su infancia. En su aproximación a la sofrología, creyendo que con ella podría ayudar a los demás, acabó conociéndose a sí misma y alcanzando, finalmente, la felicidad que había buscado.
Un viaje al interior de sí misma
La historia de Hélène quedó determinada a los 7 años, cuando su hermano murió. Frente al dolor desgarrador de sus padres, su reacción fue encerrarse en sí misma. Creció incapaz de soportar no ya su propio dolor, sino el dolor de los demás, no quería ver el sufrimiento de sus seres queridos.
Ocultaba lo que ella sentía, de cara al exterior todo eran sonrisas y ánimo. Así pasó la adolescencia, llegó la edad adulta, se casó y tuvo tres hijos. Sentía que algo estaba mal; se protegía con una coraza que le impedía ser ella misma.
Hasta que una crisis destruyó esa coraza y todo se vino abajo. La quiebra de la empresa familiar, la ruina, el desahucio, tumbó el personaje que ella creía ser, y descubrió que ya ni siquiera sabía quién era en realidad.
Fue en ese momento de desesperación cuando decubrió la sofrología. Su testimonio muestra cómo sólo el primer ciclo de la Relajación Dinámica de Caycedo (RDC) puede transformar por completo a una persona, llevándola a la felicidad a través del auto conocimiento.
Ya en sus primeras sesiones, en la primera fase, notó cómo algo cambiaba en ella. Una auténtica sensación de bienestar, una capacidad para vaciar su mente de los recuerdos que la atormentaban, y finalmente, la capacidad de tomar el control de sus propias emociones. Había empezado un viaje al interior de sí misma que la llevaría de vuelta a la muerte de su hermano, permitiéndole llorar su muerte, aceptarla, y aceptarse a sí misma sin culparse por estar viva.
Aquella culpa nunca expresada no le había permitido sentir ni disfrutar la vida. Ni siquiera algo tan básico como la comida, que había sido para ella una obligación y un suplicio (cayendo incluso en la anorexia).
Las sucesivas fases de la RDC fueron sucesivas revelaciones. Entabló un diálogo con ella misma, comprendiendo que una persona puede errar, pero nunca es un error en sí misma. Alcanzó una sensación de libertad que nunca había tenido, hasta sentirse dueña de su propio futuro.
Vació su interior y dejó espacio para los demás. Con la práctica del cuarto grado de la RDC descubrió sus propios valores, se sintió al fin en equilibrio, fuerte.
Hoy, Hélène ya no está en lucha constante contra sí misma. Tras finalizar el primer ciclo del método Caycedo ha reaprendido a vivir, ha sacado a la superficie la personalidad que escondió en lo más profundo de sus ser cuando era pequeña y ha empezado a vivir una nueva vida junto a su familia.
Una vida auténtica, plena, feliz y con capacidad para enfrentarse a las adversidades. Su propia vida.
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